Privatizando cerebros

Miremos con la mente, los ojos y los oídos siempre distorsionan la realidad. Y no se diga si los ojos están diseñados solo para mirar los medios visuales de comunicación -incluidas las redes sociales- y los oídos, la radio.

Y es que escribir o publicar o compartir con ligereza sobre cualquier tema por pueril que parezca y por muy erudito que sea el lenguaje utilizado, es irresponsable porque casi nunca se aborda a profundidad, siempre es solo la capa exterior, las aguas someras. Esa manía aprendida e impuesta de asumir que el océano es un gigantesco, azul lomo ondulante con cinco centímetros de profundidad, cuando su mayor riqueza – y, la verdad- se halla kilómetros abajo, es nociva, nos está avasallando como especie; solo ver lo que me conviene, lo que me convence a mí y a mis prejuicios aprendidos, a la educación que recibí, que me costó mi buen trabajo y dinero. Solo ver con la inmediatez de los ojos y no con un proceso mental.

No esperemos que las aulas nos forjen por completo, son muy limitadas y no se diga cuando se trata de estimular el cuestionamiento al sistema: son, francamente, cómplices de él. El sistema educativo es fiel apologista de las fluctuaciones en la bolsa y las privatizaciones, de formar mano de obra, herramientas que logren la buena administración de las corporaciones; de convertir nuestro mundo y nuestras naciones en empresas privadas propiedad de poquísimos. Creo más en la creatividad que en la tirantez, pero les aterra que por ahí germine por lo menos una pizca de rebeldía, de cuestionamiento y las instituciones educativas se han convertido en sus fieles aleccionadores, son pro sistema, nos han escamoteado a los grandes pensadores con el pretexto de la obsolescencia e inutilidad.

La aviesa efectividad del sistema que, por cierto, hasta el lenguaje ha corrompido, quiero decir, ha satanizado muchas palabras que hacían pensar un poco y las ha denigrado, las ha convertido en forajidas, en indeseables; el sistema ha hecho que incluso en la educación se les tema y se les tenga aberración. La aviesa efectividad del sistema, decía, ha trasminado hasta la juventud. Antes los jóvenes eran los revolucionarios, los críticos de la opresión, la sumisión y los promedios en las gráficas; hoy, las nuevas generaciones desconocen por completo las luchas ideológicas, la justicia social, los derechos humanos y, si no los desconocen por completo y al menos los han oído mencionar, se burlan de tales conceptos; y no significa que sean más inteligentes y modernos y tengan una visión a futuro –ese futuro tan cacareado que nunca llega y que siempre es un presente abrumador gracias, precisamente, a los que tanto lo utilizan como estandarte-, su gran desgracia, y la de todos, es que el sistema les ha arrancado, corrompido los sueños, los anhelos; ellos, los jóvenes, apoyan, admiran a las marcas de sobreprecio (que erosionan, devastan al planeta y a sus trabajadores – esclavos en países pobres) a las dictaduras financieras (dictadura, otra palabra tan infectada por el sistema y el poder, pero que con tanta ligereza utiliza la gente hoy, instruida por el sistema y el poder, dicho sea de paso), a los atropellos del poderoso aunque se disfracen con eufemismos como democracia, derechos humanos o economías sanas, a las empresas envenenadoras.

Nos han hurtado los sueños susurrándonos al oído noche y día que eran utopías, que los sueños que debemos poseer son los que les compramos a ellos, a los diseñadores del sistema, esos que arrancan a la madre Tierra para convertirlos en alimentos que envenenan, en gadgets que alienan, en medicamentos que preservan la miseria o no serían negocio, en automóviles, en gases tóxicos, en marcas comerciales en general; transformar al planeta entero en popotes –bueno, ya hay más consciencia, ya nos libraron del peligro, gracias a una tortuga con un popote en la fosa nasal: ni ellos se lo creen- y vasos de Starbucks, en botellas plásticas porque nuestra agua, derecho sagrado de la especie humana, la embotellan; a los animales, compañeros de universo, los convierten en hamburguesas, en paquetes de alitas enchiladas, y no es que dejemos de comer, pero no con ese trato de mercancía, de objeto que damos a seres tan o más dignos que nosotros. Pero si alguien intenta abrir ojos se le tilda de idiota, de resentido, de conspirativo, otra palabra utilizada por el sistema para expiarse, cuando podría asegurarse que este, el sistema, es la conspiración en sí.

Al fin y al cabo la educación, la que vale la pena, se la da uno mismo, ni las licenciaturas, ni las maestrías ni los doctorados darán una visión más profunda de los hechos, aquellas son conocimientos para especializaciones, escogidos por gente que considera que eso es lo que se debe saber y nada más. Por algo los gringos casi exigen a los líderes chinos que estudien en Harvard o Yale, para aleccionarlos, para que le rindan pleitesía al sueño americano. La meta última de las escuelas debería ser enseñarnos cómo discriminar los conocimientos que solo sirven al sistema. La escuela está para enseñarnos a aprender, no para decirnos lo que se debe y lo que no.

El sistema siempre estará echando a perder los más hermosos sueños si estos no tienen que ver con el consumo, la evasión, la despolitización, el egoísmo, el deterioro de la autopercepción y el último modelo de auto o gadget. Es como esas protestas contra el aborto, la defensa a toda costa de la gestación humana; sin embargo, ¿no sería más encomiable preocuparnos por hacer un mundo mejor para aquellos que llegarán? poco vale la garantía de su nacimiento si se viene más a sobrevivir que a vivir, a depender por completo de las decisiones personales de unos cuantos interesados única y exclusivamente en incrementar sus estados de cuenta bancarios lo más rápido posible. Un mundo mejor no solo es aquel que aquellos nos venden, un negocio, una mercancía, vivir anhelando marcas y posiciones económicas francamente absurdas e ilusorias, sino aquel donde comience a retornar el interés por la humanidad, por nosotros mismos, por la Naturaleza, por la sociedad, por la cultura, por la creatividad, por ese otro que soy yo mismo “what does the money machine eat? It eats youth, spontaneity, life, beauty, and, above all, it eats creativity. It eats quality and shits quantity” William Burroughs. Asimismo sucede con las luchas contra el cáncer y las asociaciones vinculadas: por qué no mejor cuestionar, exigir a los envenenadores del cuerpo humano que detengan su masacre. Porque el sistema tolera e incluso aplaude la concientización del cáncer, pero no ataca su origen porque es él quien nos envenena con sus marcas, sus pseudo alimentos. El círculo, la cadena está aceitada con sutil precisión: alimentos –¿escribí alimentos?- que enferman crean la necesidad de consultas médicas, cirugías (siempre hay que operar, para luego operar de nuevo porque la primera operación no funcionó, y así sucesivamente: negocio redondo para los médicos, seguros y hospitales) amparadas por aseguradoras ya que los honorarios y hospitales son equivalentes a lujos de delirio; recetan medicamentos, elíxires que no curan, sino que prolongan una vida sin calidad, de costos exorbitantes, poderoso negocio de monopolios farmacéuticos; hospitales que no parecen hospitales, sino centros financieros dadas sus usureras exigencias. El círculo se cierra, perfecto.

El sistema quiere, necesita hámsteres en sus ruedas con la zanahoria nasal perenne corriendo apresurado hacia las migajas, con pasos de vida, con déficits de latidos.

El mundo no necesita taladores de árboles, poderosos que se adueñen de los recursos de cualquier país para convertir a la Naturaleza en ganancias pecuniarias; poquísima gente que invada con cáncer los pulmones de la Tierra y transforme toda planta en azúcar, presente en todo lo que nos llevamos a la boca: verduras enlatadas, bebidas alimenticias, no sería del todo alucinante que hasta la sal esté invadida por azúcar, la gran droga, la más adictiva, la más dañina, esa que es sabrosa y no parece droga porque la comemos todos los días en todos los alimentos, negocio redondo, vuelve todo suculento, más caro, la droga más peligrosa que hay porque la percibimos como alimento y no como droga. Gente, pues, que convierta las aguas en sodas, jugos y bebidas energizantes y luego nos diga, a través de sus medios de comunicación, que la culpa de la escasez, de la sequía, es nuestra por no cuidar el agua (más que sequía, es saqueo); la madera en muebles de lujo, viviendas, cerillos; nuestros compañeros de universo, los animales, en gula y colesterol, en comida rápida; el suelo y el subsuelo en juguetes con sobreprecio para consultar redes sociales y tomar fotografías; convierta el rostro de las ciudades, la piel verde del planeta en cadenas comerciales o en tiendas de café con vasos nominados que contaminen; los barrios tradicionales e históricos en edificios de departamentos, aglomerados, con amenities que solo sirven como argumento de venta; la cultura o las ideologías, en el caso de aún existir, en memes y verdades a medias o de plano cínicas mentiras, tentáculos del sistema, tan minuciosos y ubicuos como los vasos sanguíneos del globo ocular que todo lo ve, el gran hermano –sí, ese que describió George Orwell en su novela 1984-; mientras más miramos nuestros celulares, más nos miran ellos a nosotros “cuando miras el abismo, el abismo también te mira a ti” Nietzsche.

Hay algo que me está impidiendo continuar con el texto. Una voz, ¿será mi conciencia? No permite que me concentre, está tomando el control de mi mente, de mis dedos, de todo. En alguna ocasión alguien me habló de un chip que nos inoculan al nacer, creo que este es el caso. Ya se ha apoderado casi por completo de mi mente, mi yo ocupa ahora solo una escasa parte de ella; solo alcanzo a decir esto: Lo siguiente que leerán ya no será de mi autoría.

Hijo mío, oídos sordos a necias palabras. No leas estupideces, no pierdas tu tiempo en inutilidades, ese tiempo empléalo en algo más productivo. Trabaja mucho para que puedas darte tus gustos, para que salgas de perico perro. Estudia mucho, sí, para ser herramienta y brazo derecho, pero si lo haces para cuestionarme –aunque ya no me preocuparé de ello, ya controlo los principales centros de despolitización, pro mercado, quise decir de educación superior, pro humanidad-, para ser libre y decir lo que piensas o sientes, para ser individuo, pues, mejor que no hayas nacido, hijo mío, ni se te ocurra, para eso también controlo los sistemas de educación, para que ya no disciernas sino como a mí me conviene, hijo mío; casi extingo los cuestionamientos y a los individuos, me falta muy poco. Adiós al pensamiento, la filosofía y la literatura, no sirven, hijo mío, no sirven sino para obnubilar las mentes de los consumidores; bienvenida sea la tecnocracia, la finanza, los números, vender, vender, vender, satisfagamos ya ni siquiera a los consumidores, mucho menos a los empleados, saciemos solo a los accionistas, que ganen más, más, hijo mío; para eso te educo y si te me extravías en divagaciones ideológicas, justicias sociales y demás sandeces, te castigaré hijo mío, lo siento, te castigaré con la exclusión en las corporaciones, con el aislamiento, con la burla, con la ignominia y el señalamiento, con mordazas e improperios que mis fieles siervos te lanzarán como dardos diciéndote que te calles, que no seas comunista, que pienses, que te instruyas en una carrera financiera, que deje dinero. Ahora que sabes en qué prepararte, qué estudiar, hijo mío, hazlo, prepárate, maestrías o doctorados, por qué no, sé como yo, unifórmate, piensa igual a todos tus iguales, los consumidores ¿dije piensa?, lo siento, mejor no lo hagas, solo repite, repite los mantras del mundo actual, estresante, veloz, inclemente, plástico, vacío, homicida, genocida, ecocida: libre mercado, crecimiento económico, inversión…

No hables, no aprendas, no veas y, sobre todo, no pienses como individuo; eso, pensar, yo te lo envuelvo en llamativos colores para que te vayas más por el oropel, por lo bonito que se ve que por el fondo del asunto. Pensar es obsoleto, de soñadores, hijo mío, este es un mundo práctico, de guerreros, de lucha eterna, de ganadores, time is money, you know? Ni se te ocurra poner en duda mi poderío cimentado en mondadientes ya que estarás condenado al aislamiento social y a la persecución mediática por parte de mis fieles zombis (aquellos a los que ya inoculé con un chip en sus cabecitas y que me apoyarán a ultranza defendiendo la libertad de mercado), como ya lo mencioné, pero quiero que quede bien, bien clarito ¿ok?

Nuestros cerebros no deben alimentarse de ideas, sino de números, de precios, de sentimiento de escasez, de búsqueda perpetua de la satisfacción, de desprecio y terror hacia todo aquello que tenga que ver con las humanidades o con la justicia para un mayor número de individuos; hijo mío, no hagas que piense que eres un comunista, un rojillo, ya sabes que te defiendo de tales sistemas que mataron tanta gente, yo he matado mil veces más gente, mis ciudadanos ya no necesito matarlos, ellos solitos se suicidan, ya sabes, debilidad de carácter, he esclavizado a tus antiguos hermanos –hoy te esclavizo también, pero te doy la sensación de libertad-, pero ha sido por la economía, imagina lo que sería de nuestro mundo si no: sí, hijo mío, busca con vehemencia la satisfacción y la felicidad, búscala, búscala para que jamás la encuentres y el tiempo de vida que usaste buscándola haya sido mío (que aprovecho para cometer mis tropelías contra ti, sin que lo percibas, ajem), gracias por permitirme –porque lo haces sin ser consciente de ello- perpetuarme en la élite, gracias, hijo mío. Ah, y no lo olvides, continúa buscando tu satisfacción y tu felicidad, a lo mejor un día de estos la encuentras; échale muchas, muchísimas ganas, trabaja mucho, levántate muy temprano, así como lo hacen las oportunidades; sé hormiga, jamás cigarra, qué horror, hijo mío; jamás cantes o te expreses, si alguna aptitud artística tuvieses, enlátala, que me sirva a mí para perpetuarme en el poder y en el privilegio. Tú lo entiendes ¿no es así, hijo mío? Sin desánimos. Un secreto entre nos: de tiempo acá mis tentáculos han alcanzado a tu aleccionamiento, quiero decir a tu educación, en tu percepción, perdón, pero si no te lo digo, jamás lo percibirás porque ya soy el dueño de tu mente ¿no notas cómo detestas ideologías que te perciben como humano, como persona? –que yo destruyo para protegerte de ellas, incluso derroco gobiernos que piensan así, todo sea por tus derechos y por la democracia, tengo un método infalible, primero comienzo por pagar falsas marchas, de falsas inconformidades, para luego crear un ambiente de incomodidad y descontento, para luego, a través de mis medios de comunicación, bombardearte día a día para que percibas puro caos a tu alrededor (ese mismo caos que yo siento, hijo mío, cuando veo que mis privilegios decaen, y lo peor, a costa de gente como tú, que gana un poquito de terreno)- ¿has notado cómo te indignas ante cualquier iniciativa o ideología que intente velar por tus derechos? Felicidades, has aprendido la lección, ya casi no necesito intervenir de manera explícita. Qué bueno que ya actúes así, hijo mío, porque tú debes velar por mis decisiones y caprichos. Así, así, hijo mío, continúa así; que viva la modernidad, la competitividad, el libre mercado y las fluctuaciones en la bolsa. Defiéndeme a ultranza sin importar que mientras lo haces te destruyas a ti mismo y al concepto que tienes de ti. Eres buen muchacho, hijo mío, has aprendido muy rápido. Te felicito de nuevo. Dios me libre de que te seduzca -además de las humanidades de las que te he privado- la posibilidad de desaprender, sí hijo mío, son dos las cosas que más necesitas para pensar por ti mismo: una, desaprender, y dos, ir al fondo de las situaciones. Perdóname, se me fue la lengua, haz caso omiso de esto último, son cosas del demonio, del lado malvado, para zurdos.

Sé buen ciudadano, buen consumidor, sé como el hámster en su rueda y con anteojeras. Hijo mío, mi rostro es gris y pulido como guijarro de río, como silueta sin foto de Watsapp, no soy persona física, sino moral, me entiendes ¿verdad? (bueno, en el sentido literal moralidad es lo que menos tengo) cuando digo que he perdido millones en realidad no los he perdido, ni siquiera los he dejado de ganar, más bien no he ganado todo lo que yo hubiese deseado, porque soy insaciable, hijo mío; te menciono esto porque gusto de atacar a gente con rostro, cuando alguien me hace frente y no me da lo que le exijo con pistola en mano, vuelco mi armamento mediático, empresarial y de opinión pública contra él tildándolo de dictador y comunista, lo peor de lo peor, hijo mío, aprende. Dicen algunos, poquísimos, mis enemigos, los que dicen ser individuos y pensar por sí solos, que te robo los sueños, que hipoteco tu futuro y que reduzco tu espíritu, tu alma, a un túnel de un metro de diámetro con destino a la nada. Pero tú y yo sabemos que mienten esos locos resentidos y alborotadores ¿verdad, hijo mío? Yo solo quiero lo mejor para ti, que te superes, que dejes atrás la condición de donnadie, que te hagas de tus cositas –puedo vendértelas también-, en resumidas cuentas, quiero lo mejor para ti, hijo mío.

Privaticé los mares y los peces, me pertenecen, lo rento y los vendo al mejor postor, luego pregono a los cuatro vientos (por cierto, estos últimos también serán míos so pretexto de la limpieza de energías) “da un pescado a un hombre y comerá un día, enséñale a pescar y comerá todos los días”, ja, nada es regalado, hijo mío, no seas un inútil. Es por eso que todos los días, desde hace décadas y décadas te repito, a través de mis mil tentáculos, que el socialismo es malo, te transforma en un paria y no queremos eso ¿verdad?, el socialismo es la peor podredumbre que se le haya ocurrido al hombre; sin embargo, aquí entre nos, te tengo mucha confianza y sé que jamás me delatarás, yo lo amo ¿sabes?, lo amo cuando es a la inversa, cuando tú y tus millones de hermanos me rescatan a mí, me mantienen con mi nivel de vida, mantienen mis emporios y mis sistemas financieros, ya sabes, hijo mío: socializar las deudas y privatizar las ganancias. Ajem. Quién dijo que el mundo era justo, ajem. Además sábete otra, para que aprendas más de este mundo que te ofrezco, quiero decir, en el que vivimos, bueno, creo que ya debes de saberlo, todos esos ilusos, despreciables, inútiles, jodones, son ignorantes, no saben de economía y, por si fuera poco, están feítos.

Pero sé bien cómo mantener a raya la ira de los que descubren estos secretos que te revelo, hijo mío, lo hago tatuándoles, y tatuándote, en tu materia gris, que no odies a los ricos y poderosos como yo, no seas resentido, de lo contrario resbalas en la trampa: jamás me emularás si posees ese tipo de estériles sentimientos; algún día, algún día, echándole a la mezcladora no ganas, sino tu vida, tu alma y tu tiempo enteros, y con mucha, mucha suerte –aunque no es ninguna garantía ¿eh?-, serás como yo. Anímate. No seas un analfabeta de las finanzas y la economía. No, por lo que más quieras, no te denigres.

Así es, hijo mío. Prepárate, prepárate mucho con las herramientas que ofrece la educación que yo apruebo. Así verás envidiable el mundo, mi mundo, y no te darás cuenta de las cosas feas, de las letras chiquitas, y no te encolerizarás, evítatelo. Estudiar el lado be del mundo solo me desnudará ante tus ojos y no porque seas alborotador o neurótico, lo único que se te revelará será pura injusticia, esa que es mi base, en donde se apoya el universo que he creado y entonces serías un imbécil si aceptaras lo que yo te ofrezco todos los días. Perdón, se me está yendo la lengua, hijo mío. No quise decir eso: tú eres muy inteligente porque apoyas a los números y al libre mercado y no a las letras y las ideologías. Tú sí que sabes de economía.

Política. Yo te digo todo lo que necesites saber. Yo hago la política. Disemino mi política de una manera muy sutil e inteligente, tanto, que nadie siquiera lo imagina, ni mis predicadores, creen que se refieren al funcionamiento natural del mundo cuando comentan que mi crecimiento económico y mis inversiones son sinónimo de estabilidad, de modernidad y de desarrollo, además lo hacen en mi nombre, sin descanso alguno, veinticuatro siete de los trescientos sesentaicinco, sin pensar mucho que digamos, lo que pregonan. En eso sí que es bueno ser un analfabeta total, hijo mío. Despolitízate. Ya sabes, política es sinónimo de organización de los Estados y las sociedades, cosas que quiero que desaparezcan para que yo tenga completa libertad de masacrarte, hijo mío. ¿Dije masacrarte? Perdón, de consentirte, quise decir. ¿A poco no quieres ser libre? ¿O prefieres estar bajo los caprichos de un dictador? Jamás. Yo inventé la democracia, esa que tanto nos gusta y por la que tú y yo, hijo mío, luchamos a brazo partido todos los días. No existe ésta si no se hace lo que yo digo y me conviene, claro, tras bambalinas. Ya sabes, para que siempre veas distintos rostros al mando de los países y tengas la ilusión de pluralidad; ya sabes, mis fieles empleados, les doy buenos moches, los hago directivos de mis empresas cuando concluyen sus mandatos -¿mandatos? Perdón, hijo mío, me detuve porque reí a carcajadas cinco minutos seguidos- y me han entregado la mitad de sus respectivos países; me urge la otra mitad. Porque, grábatelo de una buena vez, las naciones, los territorios, son obsoletos, cosas de cavernícolas, insisto, no deberían existir, bueno, sí, pero incrementando el inventario de mis propiedades inmuebles para explotar sus recursos, porque yo sí aprovecho la tierra y el subsuelo, hijo mío. Ajem. Yo, sistema, con mi rostro anónimo, de persona moral fiscalmente hablando, de accionista, creo que soy como el verdadero dictador del mundo, aunque de rostro anónimo y ubicuo, además admirado cuando llegan a publicar mi rostro en revistas para ricos y para esos que no lo son pero se creen. Pero soy un sistema, no un rostro, me libra de ser considerado como dictador, hambreador, destructor de mi planeta, esclavista y no le sigo porque sé que me quieres, hijo mío, e incluso te indignarás de que me imponga estos adjetivos; me admiras, me tienes cariño, quieres ser como yo. Muchas gracias.

Me encantan las frases contundentes, el marketing es el mejor invento del hombre, hijo mío; ya no tengo que rogarte más para que consumas, ahora tú me ruegas a mí y te sientes como un excremento si no puedes pagar las marcas, de las que soy accionista, con un preciecito extra. Qué tal esta: We want jobs, no mobs. Semejante a las utilizadas para gaseosas o hamburguesas pero que te ponen la piel de gallina porque no quieres disturbios, prefieres, y por mucho, esa paz, esa libertad que te ofrezco, esos seudo empleos, esa zona de confort (esta última frase es de mis consentidas, es para picarte la cresta, para que reacciones, no seas más un conformista, pero hasta ahí ¿eh? Nada de rebeldías de verdad): Usted cállese, no piense, respete las calles y las construcciones que importan mucho más que el trasfondo de su descontento, continúe con su naturaleza de siervo, de instrumento, de herramienta: no sea un rebelde alborotador que ni ata ni desata. Hámsteres consumidores en su rueda, persiguiendo nada, huyendo de nada, mirando nada, pensando nada, avanzando nada, viviendo nada, discúlpame, hijo mío, ya viste que se me suelta la lengua de forma involuntaria, lo de los hámsteres aplica en otro mundo, en una distópica película que vi, ajem.

Otro pensamiento que no debía… con un demonio: debes ser un pasivo receptor de los mantras que te he enseñado, que lleguen hasta la médula de tus huesos, jamás los olvides si es que no quieres un mundo autoritario (un ajem inaudible) y marxista –porque no existe ninguna, absolutamente ninguna otra opción, o es blanco o es negro, o es malo o es bueno, y este mundo mío es bueno-, qué horror, persignémonos: competencia, libre mercado, crecimiento económico, democracia, derechos humanos; memorízalos como lo más preciado para ti y para mí (sobre todo para mí), aunque yo y mis iguales representemos solo una nanométrica porción. ¿Por qué no creer que la excepción es la regla? Tú creas tu propio mundo, hijo mío, sonríe, sé positivo: no seas tóxico, por el amor de Dios, de lo contrario cuándo, hasta cuándo tendrás tu Ferrari, tu yate, tu helicóptero o tus chicas de genética gourmet. Hasta cuándo.

Hijo mío, te desgloso algunos de mis conceptos de trascendencia espiritual más importantes para mí, quiero decir, para ti. Ya verás que nuestro mundo es pleno, libre, bello, y podría ser tuyo si te esmeras y trabajas mucho, bueno, no tanto, pero casi –ya que es mío-: si no prosperas como se muestra en las películas, las series o en los malos libros, es porque de plano no quieres, qué lástima.

Competencia: Sé competente hasta el tuétano, no permitas que tus hermanos te arrebaten lo que es tuyo; lucha, lucha, llega hasta la cima sin importar que cuando lo hagas, esta se encuentre vacía; despreocúpate de nimiedades como tu salud o tu tiempo o tus hijos o tus pasiones, ya se ha comprobado, solo obstaculizan tu sendero al éxito. Ah, como sabes, tengo mi poder y mis influencias, así que en ocasiones armo mis pequeños monopolios, es un detallito, no todos somos impolutos ¿no es así? Ya lo sabes, si en un posible futuro, en algún universo alterno, también quieres tu monopolio comercial, trabaja duro -asumiendo que, aunque sea una posibilidad ridícula, jamás intervenga con el mío, ajem-, prepárate, a echarle ganas, muchas. Sí se puede.

Libre mercado: Esto es una arena despiadada pero libre, sin molestos dictadorcillos que defiendan a sus naciones del ilusorio saqueo, que defiendan al ciudadano de los abusos que dicen les propino, cuando lo único que hago es enseñarlos a trabajar duro, malagradecidos; sin ideas de rojillos, pues. Nadie tiene que ser tu pilmama, hijo mío, que el pez gigantesco se coma al microbio, ni hablar, así es el mundo, aprende a defenderte. ¿Has escuchado ese sabio proverbio que reza dale un pescado a un hombre y comerá un día, enséñalo a pescar y comerá toda su vida? –sí, lo repito porque me fascina- yo te vendo los pescados, hijo mío, ya son todos míos, agradéceme, lo hago para que no te mojes porque me preocupas; además qué sería de mí si te mueres pronto, vive mucho; consumiendo, por supuesto. Así pues, compite con tus hermanos, destrúyanse, yo no quiero hijos débiles, me interesa quedarme solo con los mejores. Y mientras lo hacen, distraídos, yo me quedo con lo que les correspondería. No me reclames nada, hijo mío, yo no compito con nadie, mi trabajo me costó -y mis derrocamientos de gobiernos, mis guerras, mis monopolios, mis cabildeos, mis exenciones de impuestos y mis logros eliminando toda justicia, de todo tipo, hacia ti- estar donde estoy, si mermaran mis privilegios y ganancias entonces la economía se vendría abajo y ni tus migajas obtendrías, hijo mío. ¿No es encantador el mundo que hemos creado juntos, hijo mío? Libertad de mercado, eso es maravilloso, que no estropeen esta belleza los utópicos y los rojillos; un mundo donde el mercado dicte el bienestar de todos. Bueno, aquí existe un pequeño inconveniente en las últimas décadas, un inconveniente no tan pequeño de tez amarilla y bandera con el color de la sangre, de ojillos rasgados. Hay de libre mercado a libre mercado, esos seres, que yo culpo de todo mal actual, quieren apropiarse de ese libre mercado que tanto trabajo me ha costado imponer ¿por qué? Porque se lo creen en serio y me están haciendo competencia, hijo mío, por eso he diseñado una guerrita entre eslavos para debilitar primero a los antiguos comunistas y luego a esos ojos rasgados que también se creen dueños del mundo. Eso de que a ellos no les importa la tendencia política de las naciones, que la respetan y aún así hacen negocios con países progresistas, y de que yo sí juzgo a las nacioncillas que quieren hacer negocios conmigo, son puras mentiras, no lo creas, yo soy el paladín de la Democracia y la Libertad, hijo mío, porque yo las inventé. Más claro ni el agua ¿verdad?

Crecimiento económico: Supongo que debes de saberlo, hijo mío, como persona ilustrada y preparada que eres: si crezco yo, creces tú; si me va bien a mí, te irá bien a ti. El desarrollo económico y social, la movilidad, etcétera, son arengas de resentidos. No los escuches, es tóxico ser resentido, mejor sé positivo y odia al que piensa así, sonríe siempre a pesar de que las cosas se pongan un poquito difíciles. Es sencillo, cuando me veas cargar kilos y kilos de oro con mis manos, acaso una o dos moneditas –de bronce- se me caigan, por más que lo intento no he podido ser pulpo aún, así que es la oportunidad para que tú y tus millones de hermanos se pongan listos y atrapen lo que puedan ¿recuerdas las piñatas en las fiestas de niños? En resumidas cuentas, si no creces económicamente es porque eres un holgazán, hijo mío.

Democracia: Te enseñaré un poco de política. La gente no sabe nada; no es cierto, y ya lo sabes, eso de que si algún régimen te da más garantías y justicia social es mejor, eso es no tener idea de política ni de economía. Hijo mío, huye de regímenes que no se adapten a la globalización y el libre mercado, antidemocráticos por consiguiente. Fíjate nada más, semejan limosneros con garrote, pecan de soberbia, les ofrezco opíparos beneficios personales si me regalan sus riquezas nacionales para explotarlas, incluyendo petróleo y energéticos, para qué los quieren, si no son más que energías sucias que contaminan nuestro planeta, (por cierto, ya poseo algunas empresas para generar energías limpias, limpias de impuestos, limpias de subsidios, limpias de nacionalismos, limpias de justicia, que me darán muchísimas más ganancias, aunque contaminen aún más y lo de limpias solo sea un eufemismo; no hay que casarse con el pasado, mis empresas tienen que generar, ellas sí con todos los subsidios posibles, porque de hecho las auxilian mucho las empresas estatales, para venderte la energía al precio que se me antoje, ajem), así como a sus ciudadanos, bajo la esperanza de las multimillonarias inversiones que supuestamente hago en sus países, que, por otro lado, procuro invertir lo mínimo, no arriesgaría mi capital ¿verdad? recuerda, se trata del hermoso concepto de ganar ganar. Grábatelo si es que en verdad quieres ser exitoso. A ver, hijo mío, dejémonos de sermones y para que me entiendas mejor, para que nos hablemos de tú a tú –solo en esta ocasión-: lucha por la democracia, esa que yo te he enseñado de manera subrepticia a través de la educación entre comillas y de lo que te repito día tras día a través de mis medios de comunicación; esa democracia, pues, que me permite a mí hacer de las mías en cualquier latitud del globo sin que nadie me obstaculice. Sabes de sobra quiénes son aquellos que obstaculizan mis privilegios, los antidemocráticos, los dictadores: qué se creen, intentando socavar mis métodos dictatoriales; lo siento, se me fue de nuevo la lengua.

Gobalización: Esto hace alusión al globo, ya que vivimos en un planeta esférico. Entonces estar globalizado es algo hermoso, sin importar geopolíticas, geografías, usos y costumbres y demás tonterías, el mundo entero puede participar, si es que puede, hijo mío. Primero salvaguardar mis monopolios e influencias, bueno, los míos y los de mis iguales, que somos poquísimos, como te habrás dado cuenta –el mundo no se maneja solo, aunque te hayan hecho creer que sí mis tentáculos (súbditos), nada es casualidad, hijo mío, a veces se me va la mano y ocasiono catástrofes financieras, hambrunas, recesiones, muertes, despidos masivos, derrocamientos de gobiernos legítimos (estos son los que más detesto, son muchos burros que votan por algún iluso que atentará contra mis intereses) y un largo etcétera, pero me sincero contigo, así es el mundo porque así quiero que sea, me beneficia, no te enfades o te alarmes que también te beneficiará a ti en algún momento, tal como te he enseñado-; la globalización es enfrentar a los miles o millones de hormigas contra los gigantescos pisotones que damos los de mi exclusivo club y yo, para qué dar palos de ciego, mejor gocemos todos de un mundo abierto, sin fronteras ni naciones, donde el más fiero, poderoso, gigante y despiadado, otra vez, lo siento, quiero decir: donde el que trabaje duro y se prepare mucho, obtenga lo que se merece.

Derechos humanos: Siempre lucho por ellos y te consta. Cuando un país intenta obstaculizar mi injerencia, la globalización y el establecimiento de mis métodos y negocios en su territorio, sin reparar, idiotas, que lo único que persigo es llevar la abundancia y las oportunidades a otras tierras, es entonces cuando me lleno de ira, cómo es posible que impidan el bienestar y la prosperidad para sus compatriotas, preciados obsequios que les brindo, así que los tildo de autoritarios, de déspotas, de estar atentando contra los derechos humanos de sus propios ciudadanos. Y es cuando, si es que no fracaso, les llevo estos derechos humanos a su país, aunque un poco a la fuerza, con alguna invasioncilla o golpecillo de estado, ya sabes, y entonces sí, esa población sufre de veras la ausencia de derechos humanos. Pero vale la pena.

Modernidad: Como ya mencioné, las humanidades son cosas de cavernícolas, hijo mío. La economía y estos mantras que te desgloso, son lo de hoy. No importa que varios ilusos, ya sean artistas, intelectuales, filósofos, científicos, inventores, hayan intentado e incluso cambiado el mundo, la regaron, atentaron contra mis intereses, así que por eso he trabajado mucho –aquí sí- en desvirtuar, en secuestrar, en comprar todo conocimiento y escamotearlo; las tonterías que inventaron durante siglos no sirven, no son productivas, lo único que importa soy yo, digo, tú, hijo mío, y el crecimiento económico, esta sí es modernidad, progreso, técnica, finanzas.

Los dictadores, mis chivos expiatorios, pobrecitos; yo, que podría darles clases de reales y opresivas dictaduras. Inocentes. Ternuritas. Normalicé la injusticia para que hoy, hijo mío, sea transparente para ti y tus hermanos y si alguien la detecta no lo bajen de ridículo, resentido, obsoleto, demencial.

¿Te gusta mi ejemplo de las llantas y los coches, de los fabricantes y el círculo del comercio y el capital? Pues qué esperas, ponte ya a fabricar llantas o coches, este mundo es de quien se avienta, de quien se arriesga, sé innovador, agresivo, y compite con esos fabricantes, o sé más moderno y haz e commerce, compite con Anacon –ejemplos a seguir-. Ahí están las oportunidades, hijo mío. No puedes negar que al mundo que he diseñado para mí, perdón, que hemos creado de la mano, le sobra lógica, oportunidades y justicia. Ahí están las cartas sobre la mesa, es tu problema si no quieres verlas.

La historia, pero la oficial, que es la que yo te cuento, también está desdeñada, pero eso es bueno, para qué sirve. Lo que importa es el presente eterno y la modernidad, ese futuro que prometo si trabajamos juntos, ajem, ¿dije trabajamos? Es decir, si trabajas muy duro para lograrlo. Porque no hay tiempo ni historia, apréndetelo, vive el presente, gana tu dinerito y no pienses en ti ni en las futuras generaciones que serán las más jodidas, pero el mundo no es justo ¿ya te lo dije? Ah, y que viva el libre mercado. Es lo que conviene a todos, en especial a mí pero.

Tú no subsistes, ni tus hermanos, son ínfimos y efímeros; yo sí, porque soy un sistema, aunque desprecie también al pasado –tú no, tú solo ignoras que ese pasado se reescribe cada cierto tiempo de acuerdo a mi punto de vista-, al futuro y al presente, desprecio todo lo que no sea poder y dinero (para mí): mis acciones en la bolsa.

La injusticia, la precariedad en todos los ámbitos, la hemos normalizado tú y yo, hijo mío. Sabes que la necesito para perpetuarme y que todo intento por revertirla es cosa de ilusos, de rojillos, de marxistas, de autoritarios, ellos sí, ya que la economía se vendría abajo. Mejor cuenta, numeraliza la existencia, hijo mío, es muy divertido. En lugar de pensar en éter mide tu vida: likes, seguidores, retweets, calorías, amigos, kilómetros, tanto de viajero como de corredor, puntos de fidelización… mide, mídete para que descubras qué tan útil eres al mundo, a la sociedad, a mí. ¿Puedes ver lo privilegiado que en realidad eres? muchos no tienen ni ese privilegio de medir su vida, de segmentarla minuciosamente. Agradece a Dios, ese, ese mismo que ahora me pertenece, que tanto quieres porque quería a sus prójimos y velaba por las básicas prerrogativas de todos, pobres o ricos, siempre que tuviesen un alma en su interior, pero que hoy está de mi lado. Hoy hace lo que yo digo.

Sé que cada vez hay menos movilidad social, y menos, y menos, y menos; hay que apretarse el cinturón, lo sabes bien, hijo mío, la vida es dura, así debe ser porque somos, ajem, muy valientes, las podemos todas; a ajustar salarios, en caso de que tengas alguno, alguien tiene que pagar los platos rotos, quién dijo que la vida era justa: eres valiente y trabajador. Disfruta de la sofisticada esclavitud que te ofrezco; si eres mi cliente, mi consumidor y no mi empleado, dame tu vida y tu tiempo para alcanzar los sobreprecios de mis marcas de ensueño, sé un consumidor voraz aunque cada vez te arrebate más tus derechos, el poco dinero que te correspondería, así alcanzarás el perecedero oropel que tengo para ti y cuando lo logres, ya te ofreceré otro espejito. Y si eres mi empleado agradece que tienes trabajo, esas idioteces que van en contra de la economía como lo son antigüedad, horas extra, vacaciones, salarios justos y demás, son anacronismos e inutilidades. Sé que llegará un día en que ya no puedas obtener mis mercancías por todo lo que te he erosionado. Será un harakiri incluso para mí porque ya no podrás consumir lo que te ofrezco o recibir los diminutos intereses de tu dinero en mis bancos, que tú me has obsequiado rescatándome, no habrá a quién exprimir pero no me preocupo tanto, hijo mío, tienes muchísimos hermanos, para aventar hacia arriba y, lo mejor de todo, muchos piensan como tú y como yo respecto a mí y a ellos mismos. No quería decírtelo paro ya ves, se me va la lengua, estoy comprando toda el agua que puedo –a módicos precios, casi arrebatándola-, entre muchas otras cosas que diosito creó con el fin específico de que yo las administrara, así dice en la Biblia, si sabes leerla: Dios hace lo que yo digo. No te asustes cuando te quedes sin agua para tu vida diaria y humana, que yo te la venderé embotellada y te cobraré el servicio –al precio que me convenga- para que te bañes, hijo mío, al que quiera azul celeste, que le cueste.

Cada vez te hurto más para intentar saciar mi dependencia obscena por mis privilegios, mi poder y mi dinero; pero me encanta ¿sabes? Porque mientras más lo hago, más me respetas y más anhelas parecerte a mí; no cabe duda, es lo bueno de ser el dueño y controlar los medios de comunicación, las universidades, el cine, el entretenimiento, las redes sociales y todo rincón adonde poses tu mirada. Vive, como yo, solo el ahora. Tú y tus hermanos son tantos, tantos, que hasta me doy el lujo de aventarte bombas, además de mediáticas o financieras, de pandemias de diseño, y mientras intento aniquilarte ya sea por la vía efectiva o por la del miedo, sigo haciendo mis negocios, hijo mío, medicinas, vacunas, ya sabes time is money, you know? No soy hermanita de la caridad y lo sabes.

En este mundo actual es imprescindible la información, hijo mío. Necesitas estar bien informado todos los días. He comprado todos los medios de comunicación y he creado las redes sociales que utilizas. La gente que trabaja en esos medios lo hace porque, sin siquiera imaginarlo, piensa como yo quiero, como a mí me conviene, estudiaron en universidades que les inoculan el modo de pensar que conviene al funcionamiento económico que he creado, detestan toda aquella idea progresista que sugiera justicia social, las llaman argumentos de agitadores y comunistas; son la representación del círculo vicioso perfecto: adquieren ideas anti sociales, tienen la ilusión de que son suyas –y peor aún, de que son buenas-, las emiten, las repiten día tras día, hacen que tú y tus hermanos odien al oprimido y me amen a mí, digo, al opresor, como alguien dijo un tal Malcom X, y van moldeando la opinión pública –y la suya propia, sin siquiera saberlo- para que nadie me mire a mí como el causante de las calamidades que a ellos mismos alcanzan. Yo y mi bocota. Ignora lo que acabo de decir, hijo mío. Es a través de estos medios de comunicación que he provocado guerras que me convienen, que he derrocado gobiernos autoritarios (el único autoritario aquí soy yo, ajem), esos que no me quieren regalar sus recursos naturales por las buenas, he creado una cultura del egoísmo y del sálvese quien pueda. Pero no te quejes, hijo mío, es tu culpa porque malinterpretas lo que a mí me gustaría para ti, claro, en el plano meramente utópico.

Soy el avispón japonés que cercena a las abejas, tan útiles y trabajadoras, y soy el más respetado: todos tus hermanos y tú quieren ser como yo, aunque en miniatura; claro, se cercenan mutuamente mientras me perciben como el zángano más trabajador, creativo, respetado y anhelado de este mundo. Ni modo, esto es indispensable para que el sistema financiero funcione, yo crezca un poquito más y las monedas sean menos volátiles o lo volátiles que se me antoje pero exceptuando los cueritos de rana, eso sí, ¿te imaginas que el dólar se devaluara? Sí, me refiero a ese verde billete cuyos pisapapeles son las armas nucleares, los golpes de estado, las invasiones, el narcotráfico, ese papel verdecito que tanto he hecho que añores y veneres pero que jamás podrás acumular como en las películas y series que te ofrezco; perdón, hijo mío, no quise decir eso (son míos): échale muchas ganas y lo lograrás, ajem.

El tiempo nunca te dará la razón, hijo mío. Me la dará a mí; aquí entre nos, el tiempo me pertenece, yo lo administro, hasta te robo una hora ocho meses del año, digo, ay, yo y mi bocota, es para ahorrar energía ¿sabes? Esa que pretendo apropiarme -y, en muchos casos, ya me apropié-, venderte a sobreprecios porque, la verdad, está muy baratita, hijo mío, y no, no es tu derecho elemental poseerla, ni poseer el agua, ni es seguridad nacional de países bananeros, hay que pagar por ellas; decía, pues, que yo fabrico el tiempo, lo escribo, lo edito a mi conveniencia y le llamo historia oficial, suena bonito, ¿no, hijo mío, eso de historia oficial?

Hijo mío, he escuchado estridulaciones que me arrullan en las noches, el eco de los grillos, algo así como que el planeta se está consumiendo y erosionando, ay, ya ves lo que ocasionas por tu ignorancia, por tu avasallamiento, por tu prisa: cuando consumas todo lo que yo fabrico, lo que de manera inteligente tomo de la naturaleza, sobre todo en esos países bananeros con exceso de recursos naturales y con déficit de diligencia, laboriosidad, iniciativa y creatividad –obtusos, holgazanes-, no estarás contribuyendo al desastre, estarás contribuyendo al libre mercado y a la economía (sobre todo la mía), pero no te dejes engatusar por el grillar de los grillos, olvídalo porque, en última instancia, tú eres el culpable de todo mal, hijo mío, tú estás acabando con el planeta, el agua, los bosques, la atmósfera, los animales, tú lo estás encaminando a su punto de ebullición, tú eres el culpable de todo mal desde que naces, no lo olvides, hijo mío. Sé paciente. Espérame unas décadas más, a que explote y sobre explote el medio ambiente, hasta que ya no haya más de dónde saquear, entonces sí, iré cambiando, poco a poco, a prácticas y materias primas más amigables con el medio ambiente; ah, pero eso sí, el que quiera azul celeste, que le cueste, todo ese exceso que deje de ganar te lo cobraré a ti, hijo mío, el culpable, y los productos que te venda después te saldrán muy caros, sí, aún más caros que los que te vendo ahora, será mi venganza, hijo mío. Perdón.

Hijo mío, te ofrezco las alas de la libertad, versión S plus, por supuesto, y con un precio de marca Premium, pero alas de la libertad al fin y al cabo para que hagas como que vuelas, con todo y su pantomima, en el precioso aviario de barrotes de plomo.

Soy el mantenido de los gobiernos, hijo mío, trabajan para mí. Evito los impuestos, para eso estás tú. Corrompo, contamino, enfermo con mis productos, consumidor mío, depredo al planeta. Practico el socialismo a la inversa. Apuesto por la gran cantidad de consumidores o potenciales consumidores en el mundo, hay muchísima gente, así que eso de que si sojuzgo a muchos, si los estrangulo con mis fluctuaciones bursátiles y demás, quién me comprará en un futuro, pues como verás, hijo mío, me tiene sin cuidado: continuarás reproduciéndote, hijo mío, suv’s para familias emergentes, viajes, parejas felices con el viento acariciándoles los cabellos en una playa mientras el sol besa las aguas a lo lejos, miran sus tabletas y sus hijitos juegan con la arena frente a ellos, imagen que seguiré explotando, incansable.

Hijo mío, te felicito. Tienes un gusto excelente. Antes, tu idiota ascendencia se atrevía, fíjate nomás, a admirar, a tener héroes, pero de muy variada índole: primero figuras de piedra, dioses; luego santos, predicadores, profetas y evangelistas; luego épicos héroes de guerra; luego músicos, pintores, filósofos, escritores; luego, acaso deportistas –aunque ahí ya entró mi santa mano, ofreciéndotelos a un módico costo, como entretenimiento (algo que he creado para ti, deberías darme las gracias de día y de noche) que yo fabrico y te muestro en escaparates de poderosísimas luces-, rockstars. Hoy, youtuberos insulsos que a su vez me admiran a mí. Bueno, a lo que iba era que ahora me admiras a mí, que me hallo disuelto en varias cabezas, no muchas claro, acaso pocos cientos, y me admiras, me idolatras porque, gracias a mi esfuerzo, iniciativa e imaginación, acaparo el noventainueve por ciento de la riqueza del planeta: ¿cuántos son tú y tus hermanos, hijo mío, aunque haya también muchos de ellos rebeldes e idiotas, que no saben lo que es bueno? Ah, creo que ya casi ocho mil millones. Cómo se reproducen, qué pasó con esas teles ¿ya no las ven por las noches? Bueno, pantallas, tabletas, celulares, lo que sea, pero bájenle al sexo… bueno, olvida esto, continúen.

El caso es que admiras la vida que me doy, o que supones que me doy y reclamas con vehemencia a tu gobierno, cuando este intenta darle una vida más justa a tu Nación y a tus hermanos; lo haces a grito pelado, tanto a él como a tus hermanos que votan por él; y es que intenta, osado, insolente, obstaculizarme cuando quiero ser el dueño de las riquezas naturales de tu país, hijo mío, cuando intenta, imbécil, qué se cree, que yo le rinda cuentas, que le pague sus migajas de impuestos o que no devore a los empresaritos que desean ser como yo o que quiera pagarles lo justo, que es muy poquito, a mis trabajadores cuando soy yo el que les ofrece un empleo digno. Me admiras, hijo mío. Échale ganas, estudia, sé innovador, trabaja mucho, quién quita, a lo mejor, aunque hayas nacido en Latinoamérica o África, o la mayor parte de Asia, quién quita, a lo mejor te conviertes en uno de nosotros y te aceptamos en nuestro selecto club; sí, hombre, aunque seas de piel oscura o amarilla o rojiza o café, también te daríamos chance. Ojo, solo si lo logras, eh.

Qué bueno que estés de acuerdo conmigo, hijo mío. Yo tengo que ser el dueño del planeta y tú, que sobras, porque tú y tus hermanos son demasiados, pues la carne de cañón, todos somos iguales, pero algunos son más iguales que otros. La carne de cañón ya no es solo para las guerras, hijo mío, sino para el libre mercado y sus abusos. Quiero cobrarte el agua, el aire, las nubes, el suelo que pisas, incluso lo que imaginas, porque, todo cuesta, hijo mío, el que quiera azul celeste, que le cueste, ya sé, he repetido este dicho varias veces, pero ilustra muy bien el funcionamiento del mundo, hijo mío, esto no es beneficencia ni paraíso de huevones. Tú lo sabes bien.

Dicen que soy un ladrón y esclavista. Son cosas de inadaptados y flojos. Dicen que porque robo, a través de la coerción de mi Nación, que es una superpotencia, por cierto, que me apropio de lo que debería pertenecer a millones y que luego les cobro por ello, no lo creas, que no te manipulen, esas son teorías conspirativas. Son cosas de la libertad de mercado. Yo soy buen ser humano, te doy trabajo, te ofrezco muchas cositas que puedes comprarme, al fin tengo miles de trabajadores de países pobres, chamacos, que trabajan para mí dieciséis o dieciocho horas al día: ¿qué prefieres, que trabajen para mí o que anden por las calles de viciosos? Mienten. Yo soy visionario, quiero llevar a la gente a Marte en un futuro cercano, a qué gente, bueno, eso ya lo veremos, para que ya no sufran las miserias de un planeta que me estoy acabando, digo, que se están acabando tú y tus hermanos.

Claro, Marte es un planeta hostil y cuando la Tierra esté devastada y erosionada, entonces me iré yo o mis descendientes, si los tengo –creo que tendría que engendrar algunos ¿verdad? no había pensado en eso-, y un selecto grupo de pudiente gente, por supuesto, y tengo imperiosamente que hacerlo antes de que algún vehículo terrestre se me adelante, algún terrestre vehículo con alguna ridícula bandera, porque Marte tiene que ser mío, hijo mío. Había pensado en comérmelo todo solito, pero a quién voy a venderle todo lo que pueda extraer hasta dejarlo en ruinas. A quién. Lo único que me preocupa es que no sería nada cómodo estar en un lugar helado y con raquítico oxígeno, pero me regodeo en mis proyectos. Imagina, hijo mío, que te dirigieras a mí como “marciano”, padre ¿no?

Ya volví, creo que estuve hipnotizado y que me hallaba escribiendo un texto. Lo siento, ya no recuerdo de qué iba.

PCA

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